La iluminación sobrevalorada

Estoy trabada de la espalda. Otra vez. Se me atrasó la menstuación un día y troné. Tenía más de un año que no me pasaba eso. Pero ya fui a la acupuntura y me sientl mejor. Lo divertido de la cita fue el interrogatorio previo a la pinchada. Hasta la lengua me vio. Y es que, salvo por algo como una picadura de insecto, yo sí creo en eso que las enfermedades son consecuencia de reacciones del cuerpo ante emociones fuertes.

Y es que de alguna forma tenemos que manifestar lo que tenemos en el cerebro. Al final del día, es desde allí de donde salen todas las instrucciones. Y, nos demos cuenta o no, lo que sentimos como un dolor, nos tiene que dañar. Las tristezas nos oprimen el corazón, los nervios nos retuercen el estómago, el estrés nos estalla la cabeza. Dicen que quedarse con palabras nos da carraspera. Tragarse las lágrimas nos da catarro.

El hecho es que, tampoco entenderlo nos hace inmunes. Porque saber de dónde viene una consecuencia, no quita el acto que la provocó. Si decimos una mentira y eso nos tiene agobiados y eso nos enferma, el conocimiento no nos sana.

Pero es un primer paso. Yo sé que se me atrasó la regla, porque acabo de comprar ropa de bebé para un baby shower y me entristeció que ya no voy a volver a estar embarazada. Saberlo no me quita la trabazón. Igual siento que me estoy partiendo en dos. La iluminación, en este caso, sólo me sirve para ver mejor el problema. Pero no me hace poder volver a tener otro hijo. Sobrevalorado el auto-conocimiento.

Proteger dejando en paz

Cuando mi primer hijo era bebé, lo manteníamos sin calcetines. No se enfermó nunca. Luego, aprendió a gatear a los dos meses y andaba por toda la casa (hasta una cucaracha se comió). Los dos niños se han subido a una bici desde pequeños, los golpes han sido pocos y las enfermedades menos. Pero todo eso lo aguanto. Poner curitas, dar medicinas, medir fiebres. Todo eso es fácil.

Mandarlos al colegio y no saber qué les vaya a pasar emocionalmente, eso me cuesta. Sobre todo si me recuerdo demasiado de mi propia mala experiencia. ¿En dónde le pone uno una pomada a un dolor de corazón? Y lo único que se puede hacer es equiparlos lo mejor posible en casa para que fuera de ella tengan cómo salir adelante.

Una mezcla de amor para que se sepan querer a sí mismos, consecuencias de sus actos para que se midan, disciplina para que se puedan auto-motivar y hasta ignorarlos un poco para que sepan estar solos. Todo eso que aún de adultos nos cuesta. Porque queremos amor y apapachos y pasar impunes por la vida y que nos aguanten todo y nos lo solucionen todo.

Yo no quiero que mis hijos no puedan funcionar allá afuera. La vida es dura y hay que formarles un caparazón. Pero tampoco quiero que estar en la casa se les vuelva insostenible. Y todavía me cuesta ese estira y encoge entre lo que quiero protegerlos y lo que tengo que soltarlos. Y me paso de pesada. Y sé que me estoy paseando en ellos. Ni modo. De algo tienen qué vivir los psicólogos.